Verano de gazpacho, siesta y sombra, verano de calor, ventilador y ducha fría//... Poco a poco se irán habilitando los enlaces del Menú que aún no están disponibles, y se producirán algunos cambios

28 de abril de 2010

Esa Canción

Tres y media de la madrugada. La aclimatación del cuerpo a la sorpresiva primavera veraniega, pasa factura. Te inunda el calor y el insomnio cansino que perturba tu sueño, alimenta tu stress de la cuenta atrás del nuevo día. Te levantas en la oscuridad y sacias la sed que te provoca el pegamento húmedo de las sábanas. Rondas al silencio en un paseo nocturno que te lleva del frigorífico a la terraza, allí donde avistas la quietud del barrio obrero que da sus últimas vueltas de remolón antes de levantar las persianas. Vuelves a la cama a retomar el esfuerzo de soñar, de descansar la mente y dejarla respirar. Cierras los ojos y ves la oscuridad. La miras y sientes que no duermes, que no descansas y que probablemente necesitas distraer la mente del calor y del reloj que corre a toda prisa hacia las siete de la mañana. Te suda el cuello, piensas que si te incorporas la cama se incorporaría al son de tu espalda solapada a ella. Oyes pasar una moto que solo despide ruido y la culpas de tu insomnio, del calor, de la Crisis Económica y de la muerte de Kennedy.
No lo soportas más. Entonces buscas un refugio, un escape, un exilio a la angustia que te produce todo y, es entonces cuando lo haces. Enciendes la Radio.
No buscas ninguna emisora porque sabes que no hay ningún programa que vaya a servirte, de hecho a estas horas solo dan programas de problemas y sería ya lo que te faltaba. Sólo quieres oír algo que te ayude a conciliar el sueño. Pasas varias emisoras y llegas a una que no sabes cual es, no importa, te da igual, no hay nadie hablando, te sirve. Suenan varias canciones que has oído mil veces y piensas que no vas a perder más tiempo buscando una emisora que te guste porque todas ponen lo mismo. Empiezas a evadirte, dejas de pensar en el calor y en la hora, y escuchas la radio. De repente, suena una canción.

La calma de la madrugada te deja escuchar atentamente esa canción. No analizas la letra porque ya te la sabes pero trae consigo un tren cargado de recuerdos en el que cada vagón pasa por tu cabeza retumbando todo aquello que un día sentiste y que ya casi habías olvidado. Esa canción te puede llevar a aquel verano en el que la conociste, te puede llevar a la añoranza de haber sido ignorante y no haberlo disfrutado como hoy te gustaría haberlo vivido. La canción te señala y te culpa de no haber viajado a todos los lugares que le prometiste, de no haber luchado lo suficiente por no borrar esa sonrisa que te llenaba las noches que hoy ocupa tu insomnio. Te provoca la dulce amargura del tiempo pasado que siempre dudarás si no fue perdido. Te remonta a la niñez, te hace mayor, casi viejo, porque te hace consciente del paso del tiempo que cura las heridas, pero no pasa en balde y deja la huella de que aquello ocurrió y no debes olvidarlo para aprender de los errores.
La canción te cala porque te coge estremecido en la cama, abatido y sólo, martilleando tu pasado e incidiendo en el presente. Te sientes indefenso y tienes la sensación de desnudez, tiendes a cubrirte, te tapas con las mismas sábanas que antes te pesaban como cadenas errantes y te sientes vulnerable, frágil ante una simple melodía que suena en una vieja radio.
Es una canción prohibida, de esas que duelen y que durante un tiempo tratas de evitar escuchar, y sin embargo algunas estrofas arrancan sonrisas con puchero que velan la noche de contrastes. De calor que provoca insomnio, de sábanas empapadas que usamos de escudo, y de lágrimas furtivas de azúcar y sal.
Ya has dejado de oír la canción, no prestas atención a la radio porque sólo atiendes a los recuerdos que te abordan, ni siquiera sabes si está apagada o encendida la radio. Sólo ves imágenes del pasado, como fotografías que quedaron atrapadas en algún cajón del subconsciente. Pasan por tu mente mientras se te acelera el corazón, vuelven esos momentos en el que la viste a lo lejos y te sonrió, aquella vez que te acercaste tanto que se te cortó la respiración y no supiste qué decir, aquellas tardes que le susurrabas cosas al oído y te prometió que nunca se lo diría a nadie, aquellos días en los que no necesitabas nada más para ser verdaderamente feliz y que iluso de ti pensaste que el tiempo se detendría en aquel banco del parque y que siempre ibais a estar allí. Los viajes a cualquier lado que todos eran los mejores, los amaneceres tras la juerga en la playa, los atardeceres tras las juergas en la playa, los amaneceres, los atardeceres, las juergas, y la playa. Mientras lo ves, notas que todo pasa más deprisa, sientes que todo el pasado se remueve y se acelera. Sientes que todo se funde y que la música se distorsiona hasta transformarse en un ruido chirriante y estridente, muy desagradable.

Está sonando el despertador, son las ocho menos cuarto de la mañana y te has quedado dormido. Probablemente llegues tarde a clase un día más a esa asignatura de la cual ni siquiera conoces el nombre del profesor porque aún no ha tenido el gusto de conocer a su alumno más puntual.
Probablemente también pierdas el autobús que es muy de tu estilo, cuando llegue se sentará a tu lado una señora mayor que irá al médico como cada mañana y te contará todo lo que le duele, a ella y a su marido, a su vecina también le dolerá algo que no olvidará en contarte, y te dirá qué tiempo va a hacer hoy, mañana y la semana que viene. Si tu trayecto durara dos paradas más seguramente te invitaría a su casa en Torremolinos este verano, pero por suerte, tu llevarás tu "chaleco antibalas" particular, tu MP3 que te exime de toda conversación a la que te somete por sistema la tercera edad en los transportes públicos.
Hablando de probabilidades, es poco probable que vuelvas a escuchar esa canción en un tiempo, pero quizás a lo mejor escucharla te sirvió para intentar convertir el pasado en recuerdos positivos. No deberías permitir que la radio se convierta en un arma que utilice canciones como balas ya que la radio no es un arma de destrucción masiva. Para eso ya se inventó Internet.

Seguidores